El neologismo «cuidadanía» expresa la voluntad de contribuir a un cambio de paradigma civilizatorio en el que los cuidados se sitúan en el centro de cosmovisiones sociales, prácticas educativas e instituciones políticas.
La «cuidadanía» quiere que los cuidados sean el epicentro gravitatorio de una nueva constelación social en el que todos los «planetas» que nos definen individual y comunitariamente (relaciones, consumo, economía, educación, ocio, trabajo, transporte, urbanismo, etc.) orbiten en torno al sostenimiento de la vida —de todas las vidas—.
Para que la «cuidadanía» sea el centro de gravedad de una nueva configuración ecosocial necesitamos desplazar el núcleo economicista que, hoy en día, determina los trayectos de nuestros imaginarios y prácticas sociales. Como denuncia certeramente Jeremy Rifkin, el capitalismo ha mercantilizado todo los ámbitos de nuestra vida: «Los alimentos que comemos, el agua que bebemos, los artefactos que creamos y usamos, las relaciones sociales en las que participamos, las ideas que alumbramos, el tiempo que gastamos e incluso el ADN que determina gran parte de quienes somos han acabado en manos del capitalismo, que los ha reorganizado y les ha puesto precio para introducirlos en el mercado» (La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo / Paidós, 2014).
Por primera vez en la historia de a humanidad se ha generado un desequilibrio suicida entre el mundo de la reproducción/cuidados y el de la producción. Nuestros modos de consumir, producir y relacionarnos son incompatibles con la permanencia de existencias vivibles en el planeta. Nuestra relación depredeadora con la naturaleza basada en un capitalismo extractivista exponencialmente acumulador pone fecha de caducidad a nuestra superviviencia como especie. O cuidamos o perecemos, no hay alternativa posible: «Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro. A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. […] La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a nuestra propia destrucción y la de la diversidad de la vida» (Carta de la Tierra, ONU, 2000).
El mundo educativo está llamado a formar alumnas y alumnos conscientes de su vulnerabilidad constitutiva, de su interdependencia y de su ecodependencia. «Cuidadanas» y «cuidadanos» globales comprometidos con la tarea de retejer y fortalecer la red de cuidados que sostienen la vida. Un reto educativo para el que la escuela creyente provee de gramáticas y prácticas cuidadoras de labranza, fraternidad y projimidad.
Autor: José Laguna Matute, miembro del área teología Cristianismo y Justicia, y editor ejecutivo del Grupo SM