El tiempo de Adviento es un tiempo para afinar la mirada, para prestar atención a la vida y descubrir en ella la Vida. Tiempo de ahondar y ser consciente de qué suelo nos sostiene, de ir despejando el camino que nos ayude a vivir con sentido.
Algo nuevo está brotando, se nos recuerda. Y, espontáneamente, queremos descubrir novedad en lo que deslumbra, en lo vistoso, en lo que resuena; sin recordar que los brotes son pequeños, no hacen ruido, están algo escondidos…, y requieren una mirada atenta capaz de detenerse y valorar los intentos. Otras veces entendemos la novedad como algo totalmente diferente, algo extraordinario que poco tiene que ver con nuestra cotidianidad…, buscando cambios que no toquen nuestro interior, nuestro ritmo, nuestro hacer.
El tiempo de Navidad es tiempo de agradecimiento, asombro, celebración, silencio, escucha… Tiempo de acogida y reconocimiento de la presencia de Dios en lo cotidiano, en tantas y tantas situaciones que vivimos a diario, en las personas, en todas ellas, aun en aquellas cuya presencia parece desfigurada. Porque si creemos y celebramos que “la Palabra de Dios se ha hecho carne”, ¿puede ser de otro modo?
Navidad nos recuerda que Dios ya está aquí. Nació y nace cada día; Dios hecho uno de nosotros, de nosotras, viviendo nuestra aventura. Y esto requiere una mirada nueva, profunda, que nos permite ver lo nuevo que surge en lo que ya creemos conocer bien; una mirada que nos ayuda a descubrir la novedad en la hondura. Una mirada que, más allá de ver, penetra en el sentido y el regalo que es la vida.
Contemplar el nacimiento nos lleva a reconocer esa vida que nace en la fragilidad, la vulnerabilidad, la desprotección, en lugares y modos que parecen no contar… Y, sin embargo, no son pocas las veces en las que nos reconocemos buscando protección en una fortaleza inquebrantable, deseando lugares y estilos reconocidos.
Contemplar el nacimiento es hacer hueco a la vida que, al acogerla, nos compromete en su cuidado y acompañamiento, uniéndonos a tantas y tantas personas en su destino, invitándonos a hacer silencio, aun en medio del ruido; y dejar que todo ello resuene en nuestro interior para que hagamos nuestro su mensaje. Quizá entonces descubramos el envío a acoger, cuidar y acompañar muchas fragilidades y vulnerabilidades (a veces escondidas tras ropajes que indican lo contrario); a comprometernos con la vida, propiciando encuentros y acompañando procesos, porque también nosotras, nosotros, nos vivimos sostenidas por ese Dios que ha nacido en nuestra vida y nos invita a compartirla.
Contemplar el nacimiento es también reconocer las posibilidades de futuro que nos traen los brotes. Creer que la vida que se abre paso nos da horizonte de esperanza y nos lanza a ofrecer lo mejor de nosotras/os a las generaciones presentes y futuras, con el convencimiento de que caminando juntos, compartiendo desafíos y sueños, daremos pasos en favor de un mundo más habitable, sintiéndonos familia compartiendo casa.
Autora: Ana Zubiri, Coordinadora de Acción Evangelizadora, Jesuitinak Donostia ikastetxea.