En septiembre de 2019, poco antes de que la pandemia de la COVID-19 nos obligase a confinarnos en nuestras casas, el Papa Francisco lanzaba una invitación a construir un Pacto Educativo Global (PEG). Una llamada mundial a unir esfuerzos en una alianza educativa amplia para «formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna».
En mayo de 2021, el Papa exponía en la encíclica Laudato si´ su preocupación por la ruptura del equilibrio ecológico entre los cuatro vínculos esenciales de la existencia: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos y el espiritual con Dios (nn. 70, 210 y 237). Cuatro años después de aquella «encíclica verde», el PEG se presenta como el momento de pasar del diagnóstico a la acción: ante el deterioro de vínculos constitutivos, la tarea urgente de retejer las fisuras que una globalización neoliberal va abriendo en la piel del mundo.
Leyendo el texto del Pacto, llama poderosamente la atención que en un mensaje de apenas dos páginas se repitan con tanta insistencia los llamamientos a rehacer vínculos y construir alianzas: edificar una «alianza educativa», «reconstruir el tejido de relaciones por una humanidad más fraterna», «construir una aldea de la educación», generar «una red de relaciones humanas y abiertas», tomar conciencia de que «todo en el mundo está íntimamente conectado», tener la valentía de formar personas disponibles al servicio de la comunidad que establezcan con los más desfavorecidos «relaciones humanas de cercanía, vínculos de solidaridad». Alianza, tejido, aldea, red, interconexión, cuidado, solidaridad… No sé si Francisco se sentirá identificado con el oficio de tejedor, pero no creo equivocarme al afirmar que su labor pontifical como constructor de puentes –ese es su significado etimológico latino (pons/pontis: puente, ifice: constructor)– se rige por el deseo de desencadenar y promover dinámicas sociales capaces de trenzar un tejido ecosocial que se deshilacha por momentos. La última encíclica Fratelli Tutti (2020) sigue roturando la misma senda de reconstrucción de vínculos con una propuesta de fraternidad y amistad social que responda a las dinámicas fratricidas de sociedades huérfanas.
Como mediación evangelizadora al servicio de la sociedad, la escuela cristiana ha de interrogarse por su contribución específica a la misión de retejer vínculos ecosociales amenazados. No se trata de convertir las escuelas en ONG, sino en determinar cómo —en palabras del PEG— su labor educativa cultiva «el sueño de un humanismo solidario, que responda a las esperanzas del hombre y al diseño»; esto es, discernir cómo todos y cada uno de los componentes de su proyecto educativo escolar (metodologías, currículos, claustros, docentes, equipos de titularidad, etc.) confluyen la formación de alumnos y alumnas configurados samaritanamente.
Autor: José Laguna Matute, miembro del área teología de Cristianismo y Justicia