“Educar la mente sin educar el corazón no es en absoluto educación.” Aristóteles.
¡Este curso vamos con retraso!, 5 horas de euskera, 3 de lengua, 4 de mate y que no se nos olviden las multiplicaciones… ¿Y cuándo nos sentamos a hablar? ¿Sabemos cómo se sienten nuestros alumnos y alumnas? La mayoría de las veces a contrarreloj y sin apenas tiempo para escucharlos.
Soy profesora del primer ciclo de primaria y tras siete años trabajando y formándome en diferentes campos, tengo claro que uno de los pilares esenciales para un buen aprendizaje y bienestar personal, algo que no van siempre de la mano, es la educación emocional. Considero que no solo es una asignatura pendiente, sino que debería ser una asignatura obligatoria.
Lamentablemente, siempre he tenido la sensación de que la universidad no pone el foco en la dirección correcta y no nos preparan para lo que considero que es una de las profesiones más hermosas, importantes y con mayor responsabilidad para nuestro futuro.
Si hacemos caso a la neurociencia, el cerebro desde que nacemos responde a dos necesidades: la supervivencia y la adaptación al medio. Carme Timoneda, Doctora en Psicología y experta en neurociencia, en su libro “Eduquémonos para educar” (2017) nos habla de la importancia que tienen ambas para la actuación del docente. Podemos hacer que, en los centros educativos, nuestros alumnos y alumnas puedan construir su cerebro para que le aporte el mayor bienestar posible como persona. Comenta Timoneda que el cerebro cambia y se autoconstruye en función del aprendizaje y de las vivencias que vayamos acumulando (neuroplasticidad).
Es evidente que antes de poder ayudar a nuestros alumnos y alumnas a gestionar sus emociones, es necesario que primero nos eduquemos nosotros como docentes. Claramente todas nosotras somos personas que sentimos nuestras propias emociones, pero como bien he mencionado al principio, tenemos una responsabilidad añadida: seremos ejemplo y modelo para muchos y muchas niñas a las que influiremos de una forma u otra.
Bajo mi punto de vista no solo nos ayuda en nuestro trabajo como docentes, sino que es importantísimo para nuestro propio bienestar del día a día.
Además, como personal del ámbito educativo, en nuestro trabajo tenemos contacto estrecho no solo con nuestro alumnado sino también con su familia. Es importante crear un vínculo de confianza con ellas ya que, en muchas ocasiones, necesitamos remar en la misma dirección por el bien de todos.
La mayoría de las familias no han recibido formación en educación emocional y habrá veces que no sepan actuar con sus hijos e hijas. Pero ¿y si somos capaces de aprender con una herramienta adecuada?
Por eso me parece que sería necesaria una formación para familias y docentes donde poder hablar y debatir sobre diferentes aspectos que nos puedan ir surgiendo en el día a día: conflictos, problemáticas, dudas… Descifrar por un lado el por qué (indagando en el origen de la conducta generada) y por otro, el cómo (a través de uso de herramientas que les ayuden a gestionarlo). Así, conseguiremos una mayor coordinación y claramente favoreceríamos a nuestros alumnos y alumnas ayudándoles a ser conscientes de lo que les ocurre no de lo que hacen.
Somos seres racionales, pero por encima de todo sentimos y, por lo tanto, somos seres emocionales, de manera que, ¿quién pone en duda la necesidad y la importancia de educar emocionalmente?
Autora: Eztizen Ramos, profesora de Primaria en el Colegio Urdaneta de Loiu