«Pasado el sábado, al despuntar el alba del primer día de la semana, fue María Magdalena con la otra María a examinar (con temor) el sepulcro. De repente sobrevino un fuerte temblor…». De alguna manera, nos puede resonar, quizás, no el texto propiamente, que es del Evangelio de Mateo, pero sí lo que en ello se manifiesta o quiere dejar patente. Porque, últimamente, por tantos acontecimientos en el entorno, empezando por el más cercano en nuestra misión educativa, ha podido generarnos fuerte temblor, de manera inesperada -de repente-, que nos está llevando a experimentar la oscuridad, el silencio, la tenebrosidad, la duda, la angustia, la vaciedad, la no vida, la losa… de un sepulcro. Con el consabido riesgo de quedarnos inertes ante él, encogidos por el miedo. Comprensible. Algo muy humano. Les sucedió a estas dos Marías; pero relatos anteriores nos cuentan que otras personas, con nombres propios, también vivieron y experimentaron esa cerrazón que supone el miedo. ¿No me ha sucedido, incluso, a mí misma alguna vez? ¡Qué importante entendernos y acogernos en los aspectos más humanos! Alivia y revitaliza, al sabernos y sentirnos acompañadas en lo más ordinario, que es donde se da lo extraordinario. Como les sucedió a estas dos Marías, y a otras muchas personas anteriores y posteriores, hasta llegar a nuestro hoy.
Y, quizás, lo extraordinario es, nada más y nada menos, como sigue diciéndonos el texto un poco más adelante “…alguien -con una luz especial, con luz propia- corrió la piedra que tapaba ese sepulcro y se sentó encima…”, y con un profundo convencimiento compartió una sencilla idea, pero clave para la transformación: «Id…». Algo así como “no os quedéis atrapadas en el miedo, en la oscuridad, en el sinsentido, alzar la mirada y, junto con la comunidad, buscad, dar palabra de sentido a un sinsentido; buscad juntas luminosidad a esta situación de oscuridad; aprended juntas a hacer nuevos caminos…”. O, de otra manera, “¡dad un paso nuevo!”. Cierto que no hay fórmula concreta para ello, pero compartiendo con sinceridad y el mayor sosiego posible -eso no quiere decir exento de dolor o sufrimiento-, en esa unidad de corazones y de deseo de más Vida, será más probable, que el día siguiente al “sábado” conozca o sepa algo más de la luz que desprende un despertar del alba posibilitando “el primer día de una semana -un vivir- nuevo, diferente”. Eso puede ser, también, experiencia de Resurrección, de una nueva Vida que emerge; posibilitando que la vida misma no sea la misma vida sino una más/mayor Vida.
A eso estamos llamadas, personalmente, primero, pero también como comunidad educativa. Porque, además, nuestro hoy y aquí tiene necesidad de que se corran losas que tapan, ahogan, oscurecen tantos sepulcros, para poder ofrecer Luz de nueva Vida, espacios y oportunidades de una vida más auténtica. Hay necesidad de dar pasos nuevos de sentido. Hay necesidad de Pascua. Ayudémonos y acompañémonos en ello y a ello. Unidas en esta misión educativa resucitadora que es la Pascua.
Autora: Área Pastoral, Kristau Eskola